Vio la mano. Imagino que se le agrandaban las pupilas. No entendía
las voces que venían
caminando por el pasillo. Sentía la amenaza al descubrimiento en la misma frase "Flaco tráeme la toalla". Pero estaba inmovilizado en la imagen:
caminando por el pasillo. Sentía la amenaza al descubrimiento en la misma frase "Flaco tráeme la toalla". Pero estaba inmovilizado en la imagen:
La mano y la sangre
La mano con sangre
La mano y el arma
La mano con el arma
La envenenada
La enferma
La culpable
del gesto plástico en el rostro de una mujer que yace. Yace con el pecho desnudo donde se
pierde cualquier certeza de salud mental. Se da cuenta, y entonces respira para
adentro. Se da cuenta que va a necesitar un abogado y las explicaciones a la
policía y los otros presos y las barras de hierro y mi vieja y mi viejo y mi
casa y mi cama. Lamentable.
Sin embargo todavía no puede quitarse de la imagen: la mano
con sangre.
La mano con sangre que se sostiene en el aire como por arte de magia.
Y tiene que huir, pero tiene que devolver la llave
y pasar por el sentimiento de incomodidad insoportable.
Y de nuevo: Flaco la toalla...
Eh flaco...
¡Me falta una toalla flaco!
¡Flaco!
Sí flaco vos...
¡Eh!
La mano con sangre que se sostiene en el aire como por arte de magia.
Y tiene que huir, pero tiene que devolver la llave
y pasar por el sentimiento de incomodidad insoportable.
Y de nuevo: Flaco la toalla...
Eh flaco...
¡Me falta una toalla flaco!
¡Flaco!
Sí flaco vos...
¡Eh!
Empieza a sentir que los músculos se le contraen. Recuerda
su posición fetal en el vientre de su madre, o bien, se la imagina. Espera la calma -esa calma-. De pronto siente la
contracción en sus vísceras. Como si una arteria se encargara de coser su
estomago a su corazón y éste a su hígado, y así. Y ceñirlos, ajustarlos entre
sí y sobre sí mismos, hasta más no poder. Y le duele. Le duele pero no puede
hacer nada. Algún intento de movimiento seria como condenar a la hoguera al
poema ferpecto.
Sabe que es una locura actuar como humano, pero una locura peor sería el intento de escapar. De escapar del torbellino de voces que lo envuelve. El torbellino que, a destiempo del pulso, lo sana
y lo salva.
Sale del trance a causa del gemido.
Vive.
Hace un gesto con la boca que serviría para ejemplificar cualquier teoría sobre la decadencia.
Y bueno, sí entre toda esta chatarra estamos obligados a nadar. La gloria es saber cómo tomar aire. Y entonces él repite el gesto. Se tranquiliza.
Y ya no importa el cauce de la sangre. Ni Andrés.
Sabe que es una locura actuar como humano, pero una locura peor sería el intento de escapar. De escapar del torbellino de voces que lo envuelve. El torbellino que, a destiempo del pulso, lo sana
y lo salva.
Sale del trance a causa del gemido.
Vive.
Hace un gesto con la boca que serviría para ejemplificar cualquier teoría sobre la decadencia.
Y bueno, sí entre toda esta chatarra estamos obligados a nadar. La gloria es saber cómo tomar aire. Y entonces él repite el gesto. Se tranquiliza.
Y ya no importa el cauce de la sangre. Ni Andrés.